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Durante el verano del 82 se celebró en España el mundial de fútbol; si, el del naranjito, todo un acontecimiento para la joven democracia española.
Me disponía a presenciar, según los entendidos, uno de los mejores partidos de la historia de los mundiales; el Italia-Brasil. Eran los cuartos de final, aunque la clasificación era una liguilla a tres. El otro equipo era la Argentina de Maradona, que perdió con ambos. Así, el que ganara el partido se clasificaría para la semifinal.
El partido se iba a celebrar en el antiguo campo de Sarriá. Poca capacidad para las expectativas del evento.
De buena mañana salí de casa con algo menos de 2500 de las antiguas pesetas. Mi intención era comprar dos entradas, ya que su precio en taquilla era de 600 pesetas la más económica.Tras estar más de 1 hora haciendo cola, avisaron de que las entradas estaban agotadas; vaya desilusión.
Pronto comenzaron a merodear por allí los reventas. Ofrecían la entrada a 2000 pesetas; que locura; como decía un coleguita argentino que estaba como yo “está loco, yo solo doy 1000 y moneda”.
Mientras tanto, la gente se iba concentrando en los alrededores del estadio. El colorido lo ponía la torcida brasileira; un abanico de personas: jóvenes, negros, rubias, ancianos, niños, mulatos, todos con su clásica camiseta amarilla y sin parar de bailar samba y utilizando cualquier utensilio para acompañar la música. Toda una gozada de color y sonido. Por su parte los italianos, la mayoría chicos jóvenes, en su estilo, bebiendo e increpando a todas las chicas.
No podía dejar escapar la oportunidad y decidí comprarme una entrada, a un tipo que no me daba ninguna confianza. Imagínenselo, 2000 pesetas y para que después fuera falsa. Todo mi presupuesto. Cogí la entrada y la guardé donde mejor se puede guardar un trocito de papel. Recordaros que por entonces tenía 16 años.
A partir de ahí ya me dediqué a ir dando vueltas por los alrededores gozando del espectáculo. Solo me quedaba el dinero justo para comprarme una botella de agua y el billete de vuelta a casa. No es broma, no tuve ni para llamar por teléfono.
Eran las 12 del mediodía y aún faltaban 5 horas para el inicio del partido. Solo quedaba esperar, sentado junto a las puertas del campo. Mi ubicación iba a ser en el sector de los italianos, el gol norte. Ellos no paraban de ir a comprarse bocadillos, cervezas, pollos, y muchos me ofrecían, pero yo por vergüenza lo rechazaba, anda que ahora iba hacer el pardillo, con el hambre y sed que tenía. Ya podréis imaginar el calor que hacía en Barcelona, a esa hora y en pleno mes de julio.
Por fin llegó la hora de entrar en el campo, pero aún faltaban 3 horas para el inicio. Me coloqué en un lugar bastante privilegiado y era cuestión de no moverse ya que las entradas no eran numeradas.
A las 17´15 h. dio comienzo el encuentro. Italia que venía de clasificarse de manera ramplona mientras que Brasil lo había hecho de manera fantástica. En ambos equipos había jugadores de mucha categoría como: Zico, Sócrates, Falçao, Rossi, Antognoni, Tardelli, etc. La Canarinha era la gran favorita pero los squadra Azzurra no iba a ponérselo fácil.
Así comenzó el partido y pronto los azzurri se adelantaron por medio de un gol de Rossi, hasta entonces desconocido en el campeonato. Brasil empató con un gran gol de Sócrates en una magnífica combinación con Zico.
Antes de finalizar la primera parte, Rossi volvió a adelantar a los italianos, aprovechando un fallo de la defensa brasileña.
Así se llegó al descanso. El ambiente que se vivía era espectacular. Las cervezas y los bocadillos volvían a florecer. Venga ofrecerme; “ragazzi, come, bebe, pero yo con mi vergüenza”, disimulando lo mejor posible.
La segunda parte fue más de lo mismo. Un Brasil atacando y los italianos intentando contragolpear. Mediada la 2ª parte, Brasil empató con un fuerte disparo desde fuera del área, de Falçao. Desde mi posición pude ver perfectamente la dirección del balón como se introducía en la meta del “viejo” Dino Zoff (40 años). Cuando veo las imágenes del gol, repetida en televisión, hay un momento en el que me llego a identificar en medio de toda la marea italiana, ellos con sus camisetas azules y yo un bultito con un polo granate.
Entonces los azzurri volvieron a marcar, y por tercera vez Paolo Rossi conseguía adelantar a Italia al rematar un rechace dentro del área. Ya solo quedaba un cuarto de hora y el acoso de los cariocas era abrumador, con claras ocasiones de gol, pero el resultado ya fue inamovible. Brasil 2 - Italia 3.
Aquello era un estado de euforia del cual me hacían participe; todo el mundo se abrazaba y yo formaba parte de ellos. Tenía sensaciones agridulces; por una parte contento por todo lo vivido y triste porque una de las mejores selecciones de todos los tiempos había sido eliminada.
Ya era hora de regresar a casa. Mis padres a punto de llamar a la policía; antes esas cosas eran bastante normal, en un chico de 16 años. Mi llegada al barrio fue como la de un “héroe”, porque todo el mundo pudo ver el gran espectáculo por televisión, pero yo tuve la fortuna y la osadía de poder vivirlo in situ. Esto me valió para que un vecino me invitara a ver la semifinal en el Camp Nou, entre Italia y Polonia. Pero esto y la final que ganó Italia a Alemania es otra historia.
Espero que me disculpéis por lo extenso del artículo, pero tras más de 25 años transcurridos, sigo emocionándome cada vez que recuerdo lo vivido aquel 5 de julio.
Davide González.
